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Libros publicados en 2008

El libro de Nobac

Fernández Giordano construye su novela valiéndose de mecanismos habituales del género policíaco, al tiempo que pretende rendir homenaje a determinados iconos del fantástico en una serie de detalles claramente metarreferenciales. Desgraciadamente, el estilo superficial de Fernández Giordano tiene más que ver con el folletín y el best seller comercial que con la originalidad del estilista.

El libro de Nobac

Federico Fernández Giordano (Uruguay, 1977) es el flamante ganador de la V edición del Premio Internacional Minotauro de novela de ciencia ficción y literatura fantástica. Pese a que Fernández Giordano no es precisamente un desconocido dentro de las letras españolas -es autor de tres novelas, entre la que destaca Los Justos (2007, I premio El Andén Express)-, no es un nombre comúnmente asociado al de la literatura fantástica, por lo que un año más el fallo del premio de género más importante del país ha supuesto una completa sorpresa. Y un año más una obra fantástica, que no de ciencia ficción, se ha alzado con el preciado galardón, tras conseguirlo títulos tan dispares como Máscaras de matar (fantasía épica), Los sicarios del cielo (thriller conspirativo), Señores del Olimpo (mitología) y Gothika (terror vampírico).

 

La presente novela desarrolla una investigación de tintes fantásticos y reminiscencias borgeanas. El texto de contraportada sugiere un argumento atractivo para un amplio sector de público lector, aunque la frase promocional en portada, “Estás leyendo un libro que se escribe a sí mismo”, remite directamente a fórmulas estándar de marketing. Y esa es, precisamente, la tendencia hacia la que parece apuntar el Premio Minotauro en estas últimas ediciones: obras escritas con técnica de best seller por escritores con oficio aunque no demasiado conocidos, que buscan en este reconocimiento un impulso notable en sus carreras. El año pasado fue el turno de Clara Tahoces, cuya exitosa novela –acaba de ser publicada en bolsillo- supuso un significativo punto de inflexión en la trayectoria del premio, a la postre que evidenció un paradójico divorcio entre los escritores especializados (teóricamente mejor capacitados) y su premio estrella, además de una notable merma en la calidad literaria del producto final.

 

Centrándonos ya en «El libro de Nobac», su trama resulta bastante sencilla de resumir: Edgar Pym, un bohemio escritor de encargo, recibe una mañana una misiva de un desconocido señor Valdemar que le insta a presentarse a una entrevista de trabajo. Intrigado pero necesitado de dinero, acude a la dirección indicada para encontrarse con la bella periodista Lisa Lynch, convocada igualmente por el misterioso anciano quien les confiesa su deseo de contratarles para que investiguen un hecho extraordinario que ha marcado toda su vida: la posesión de un libro prodigioso que, por un enigmático mecanismo, transcribe con rigurosa exactitud todos los detalles de su existencia. Una historia descabellada que, sin embargo, no carece de atractivo para un escritor en crisis necesitado de nuevas ideas para una próxima novela.

 

En una serie de entrevistas, el anciano les pone en antecedentes sobre el excéntrico profesor Nobac, un brillante científico desaparecido años atrás quien parece tener la clave para tan singular objeto. Edgar y Lisa inician su investigación sin sospechar que se convertirán en piezas de un siniestro rompecabezas urdido en torno a ellos, y que todo aquel relacionado con el enigmático libro termina por desaparecer en extrañas circunstancias y sin dejar el menor rastro.

 

Fernández Giordano construye su novela valiéndose de mecanismos habituales del género policíaco, al tiempo que pretende rendir homenaje a determinados iconos del fantástico en una serie de detalles claramente metarreferenciales. Así, los personajes de Valdemar y Edgar Pym remiten a la obra de Edgar Allar Poe, el apellido Lynch de Lisa es tomado prestado del cineasta David Lynch, y el libro “que se escribe a sí mismo” es obviamente una derivación del infinito libro de arena imaginado por Jorge Luís Borges (1). Por si esto fuera poco, aparecen en el texto no pocas referencias a bibliotecas y laberintos físicos y mentales, recursos con los que el autor intenta aproximarse a la obra del maestro argentino y que, me temo, se encuentra bastante lejos de lograr.

 

Porque el estilo superficial de Fernández Giordano tiene más que ver con el folletín y el citado best seller comercial que con la originalidad del estilista. Así, podemos encontrar todo tipo de escenas previsibles, capítulos que terminan en promesa de futuras emociones, frases acabadas abruptamente, una ambientación recargada mediante la acumulación de epítetos… un sistema artificioso de mantener la atención del lector y alargar una trama que, una y otra vez, se anuncia repleta de acontecimientos extraordinarios cuando la realidad es bastante más prosaica. La palabrería grandilocuente, y con frecuencia sin demasiado sentido (2), no puede ocultar sus carencias como narrador, las lagunas de vocabulario, la descripción primaria de personajes. Un cóctel que obtiene como resultado ampulosidad e irrelevancia.

 

Pese a algunas injustificables erratas, es notable el esfuerzo invertido por Minotauro en dignificar esta obra y convertirla en un volumen atractivo: edición en cartoné con sobrecubierta, ilustración de portada, marketing... «El libro de Nobac» es, sin duda, una compra recomendable para aquellos lectores que busquen una novela de intriga entretenida y sin complicaciones, capaz de hacerlos disfrutar durante unas apacibles horas de relajante lectura. En cambio, quienes centren su interés en la calidad literaria tendrán la decepcionante constatación de que, hoy por hoy, la mejor literatura fantástica y de ciencia ficción se sigue publicando al margen del circuito especializado de premios.

 

 

(1) Incluso Nobac deriva de Bacon, el filósofo inglés pionero del método científico, en clara alusión hacia el método racional seguido por la investigación policial.

(2) Sírvase el siguiente ejemplo: en cierto momento de la novela, Nobac asegura que la ciencia, y por ende cualquier actividad lógica, “actúa según dictados idénticos a los de la magia simpatética”, afirmación tan sorprendente como controvertida que el autor se limita a dejar caer sin justificar en lo más mínimo.

O, si entramos en el terreno de las incoherencias argumentales, si Lisa fue contratada por un agente literario un año atrás ¿tuvo que esperar todo un año antes de acudir a la cita con Valdemar? ¿Por qué “la mano en la sombra” alentó la investigación si no deseaba sacar a la luz la historia? ¿Por qué los protagonistas aceptan, no sin renuencia, la escritura automática sin siquiera corroborarlo hasta bien entrada la novela? Y, sobre todo, ¿por qué Valdemar no intentó hacer nada con el libro: destruirlo, olvidarlo, entregarlo a la comunidad científica, escribir en las páginas en blanco o, si recurrimos de nuevo a Borges, abandonarlo en un anaquel anónimo de una biblioteca?

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