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Libros publicados en 2011

Némesis

«Némesis» retorna a los acontecimientos narrados en «El refugio» para ofrecer una perspectiva más amplia y actualizada. Aguilera retrata ambientes exóticos y paisajes alienígenas con un nivel de detalle y sentido de la maravilla no igualado hasta el momento por ningún otro escritor en español, realizando una descripción inteligente de la tecnología y sus posibles usos siempre desde una óptica realista y respetuosa con el estado del arte de la ciencia. Y pese a este ropaje de ciencia ficción dura, toda la extraordinaria inventiva mostrada en sus historias obedece a la sencilla fórmula de un libro de viajes

Némesis

Akasa-Puspa (literalmente “la flor en el cielo”, en sánscrito) es un cúmulo globular situado en uno de los brazos en espiral de la Vía Láctea, cuya reducida distancia entre estrellas permite los viajes estelares tripulados en rápidas naves de fusión del Imperio o mediante los más lentos aunque igualmente efectivos veleros solares de la Utsarpini (un régimen mercenario) o la Hermandad (casta religiosa). En Akasa Pulpa, los humanos del remoto futuro coexisten con varias especies alienígenas, como los extremadamente agresivos angriffs, los enigmáticos colmeneros, o los cofraditas, unas extrañas criaturas-nido; además, gigantescos “juggernauts” -seres a medio camino entre planta y animal- recorren plácidamente el vacío interestelar. Este vasto escenario cósmico se encuentra en permanente conflicto y se suceden los descubrimientos científicos, el comercio –a través de un ingenioso método de transporte denominado Sistema Cadena, que emplea naves no tripuladas llamadas rickshaws que recorren los mundos en un periplo sin fin-, la disputa de intereses políticos y económicos y diversas guerras.

 

El ciclo de Akasa-Puspa, creado por los escritores valencianos Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, consta hasta el momento de las siguientes obras: las novelas seminales «Mundos en el Abismo» (Ultramar, 1988) e «Hijos de la Eternidad» (Ultramar, 1990) -reunificadas en 2001 en un solo volumen titulado «Mundos en la eternidad» por la editorial Equipo Sirius-, «El refugio» (Ediciones B, 1994. Premio Ignotus de novela 1995), «En un vacío insondable» (La Calle de la Costa, 1994. Premio Ignotus de novela corta 1995), «Mundos y demonios» (Bibliópolis. 2005. Finalista del premio Ignotus de novela 2006) y varios relatos entre los que podemos destacar “Ari el tonto”, “Maleficio” (Premio Ignotus de novela corta 1996), “El bosque de hielo” (Premio Ignotus de relato 1997) y “Semilla” (finalista Premio Ignotus de novela corta 1999). Una serie absolutamente respetuosa con el paradigma científico y considerada con plena justicia como un referente de la ciencia ficción española; publicada también fuera de España, ha recibido galardones tan importantes como el Imaginales en Francia y el Bob Morane en Bélgica, y muy pronto contará con una antología propia coordinada por Rodolfo Martínez y publicada en el sello Sportula.

 

Tras la publicación de «El refugio», Juan Miguel Aguilera inició una exitosa carrera en solitario como escritor, con títulos tan importantes como «La locura de dios» (Ediciones 1998. Premio Ignotus de novela 1999), «Rihla» (Minotauro, 2004), la citada «Mundos y demonios» (Bibliópolis, 2005), «El sueño de la razón» (Minotauro, 2006) y «La red de Indra» (Alamut, 2009. Premio Celsius 2010 y finalista del Ignotus), intercalando colaboraciones con otros autores como Ricardo Lázaro en «La llavor del mal» (Pagès Editors, 1997. Finalista del premio Ignotus de novela 1998), Eduardo Vaquerizo en «Stranded» (Punto de Lectura, 2001), Rafael Marín en «Contra el tiempo» (Artifex, 2001. Premio Ignotus de novela corta 2002), o Javier Negrete en la reciente «La zona» (Espasa, 2012).

 

En «Némesis» retorna a los acontecimientos narrados en «El refugio» para ofrecer una perspectiva más amplia y actualizada. Una reescritura completa de la novela original que permite incorporar nuevas situaciones y personajes, más centrada en la experiencia dramática de unos seres humanos enfrentados a un desastre global y menos en la descripción pormenorizada de aspectos tecnológicos; un cambio de visión que obedece no sólo a la necesidad de modernizar la historia sino, sobre todo, a la maduración de Aguilera como escritor, según él mismo confiesa en el epílogo del libro.

 

En el año 2062 d.C. todas las colonias que las naciones de la Tierra habían instalado en Marte han fracasado y sólo la orden jesuita mantiene una presencia estable en el planeta rojo. El padre Jacobo Kramer, famoso arqueólogo y una de las mentes más privilegiadas del siglo, encuentra en la llanura Elysium, enterrada bajo toneladas de polvo acumulado durante 500 millones de años, una formación de evidente naturaleza artificial: diversas construcciones de estructura piramidal e interior repleto de cámaras que podrían albergar numerosos secretos. Pero no sólo en Marte comienzan a aparecer rastros de tecnología extraterrestre; en distintos puntos de la Tierra tienen lugar descubrimientos similares: en el lecho seco del antiguo mar de Aral, en las profundidades abisales, etc.

 

Cinco años después, el franciscano Rafael Trasera (1) viaja a Marte para entrevistarse con Jacobo. En una de las pirámides se ha encontrado un organismo “rizomorfo” de dos metros de diámetro y caparazón en forma de icosaedro, una criatura cuyo análisis revela que comparte el mismo código genético que otras formas de vida terrestre. ¿Cómo es posible encontrar restos de una misma especie en dos planetas diferentes?.

 

Mientras los hombres de ciencia y religión estudian la aparente paradoja, la Tierra recibe un haz muy denso de microondas a la velocidad de la luz procedente de un punto situado en la nube de Oort. Un enorme chorro de antimateria que genera un pulso electromagnético y una radiación letal que destruye la atmósfera y cuantas naves y estaciones espaciales encuentra a su paso; a consecuencia, la vida en la Tierra es aniquilada en el lapso de unas pocas horas. Se trata de un ataque masivo perpetrado por una poderosa mente hostil, en el que apenas han sobrevivido unos miles de colonos en la Luna y Marte habida cuenta de que la mayor parte de edificaciones son subterráneas. Tras la catástrofe, los desconcertados supervivientes intentan reorganizarse con los reducidos medios a su alcance, y su prioridad es encontrar respuestas; por eso envían a la nave Zheng He -que milagrosamente escapó al desastre por hallarse a la sombra de la Tierra- en misión de reconocimiento del cometa origen del ataque, que parece poseer un insólito núcleo líquido. La humanidad necesita saber a qué se enfrenta, para así tener al menos una oportunidad para luchar por su supervivencia.

 

La narrativa de Juan Miguel Aguilera se caracteriza por un estilo descriptivo, dinámico y muy visual, claramente orientado hacia el relato de aventuras y la divulgación científica de disciplinas tan diversas como la biología, la astronáutica, la geofísica, la astrofísica, o la historia, entre otras. Retrata ambientes exóticos y paisajes alienígenas con un nivel de detalle y sentido de la maravilla no igualado hasta el momento por ningún otro escritor en español, realizando una descripción inteligente de la tecnología y sus posibles usos siempre desde una óptica realista y respetuosa con el estado del arte de la ciencia. Y pese a este ropaje de ciencia ficción dura, toda la extraordinaria inventiva mostrada en sus historias obedece a la sencilla fórmula de un libro de viajes, de contacto con otras culturas remotas y extrañas, de exploración y descubrimientos capaces de abrir la mente de los personajes a una nueva realidad que desde entonces será mucho más compleja.

 

En la primera parte de esta novela destaca el dibujo de la sociedad humana cincuenta años en el futuro. La Tierra ha seguido una evolución razonablemente lógica y no demasiado amable a tenor de nuestro irracional presente: los intereses económicos promovidos por las grandes corporaciones multinacionales y la necesidad de alimentar a una población creciente han destruido el ecosistema y llevado a la extinción a decenas de miles de especies (todas aquellas que no producen un beneficio directo al hombre o no se han adaptado con la suficiente rapidez), los recursos naturales escasean, los conflictos bélicos se agudizan y los océanos se han convertido en auténticas factorías donde obtener proteínas para el 80% de los habitantes. En la costa, consorcios chinos construyen archipiélagos artificiales mediante técnicas de electrólisis con el fin de ganar tierra firme a los océanos (2); en el fondo marino, colosales rejillas metálicas alimentadas por energía solar o nuclear calientan el agua, fertilizándolo con las sales minerales depositadas, y haciendo que el plancton se multiplique vertiginosamente (“arar el océanos”); delfines inteligentes con dispositivos traductores son empleados para labores de mantenimiento en instalaciones submarinas; se generalizan los cultivos hidropónicos en hábitats extremos (desiertos, colonias lunares y marcianas, estaciones orbitales); se emplean técnicas de hibernación, artefactos tecnoorgánicos, biorobots, naves de fusión, ordenadores que responden al lenguaje natural, lentillas de imagen virtual, hologramas en comunicaciones, y un largo etcétera.

 

Por otra parte, la visión de un Marte colonizado principalmente por órdenes católicas –el 70% de los escasos cincuenta mil supervivientes pertenecen a una congregación: jesuitas, franciscanos y dominicos, pero también monjas- resulta bastante atractiva aunque improbable, pese a justificarse en una antigua guerra contra el Islam y la afirmación de que los religiosos están más habituados a vivir confinados y mantener una rutina invariable durante prolongados periodos de tiempo. Esta mayoría poblacional origina tensiones con la población civil -mineros, granjeros, agricultores, prospectores de agua y ciudadanos en general-, fricciones y revueltas que provocan incluso un cisma entre partidarios de la ortodoxia y pragmáticos de la salvación humana; una disyuntiva dialéctica que haría las delicias de San Agustín, Tomás de Aquino o, más específicamente, Teilhard de Chardain.

 

El nivel de especulación científica de la novela es de primer orden y, de hecho, el espacio dedicado a la ciencia es notablemente mayor que en la mayoría de obras anteriores (léase, por ejemplo, la explicación de cómo las ondas se trasmiten en un medio líquido para justificar la composición acuática del interior del cometa). No obstante, hay detalles que, aunque se integran bien en la trama, no se explican convenientemente -el uso del máser de comunicaciones para perforar superficies, el efecto que provocan diferentes fuerzas en ingravidez o gravidez simulada mediante rotación- y quedan como ejercicios de consulta externa para el lector interesado. Igualmente, se desarrollan ideas ya exploradas en historias previas: evolución lamarkiana (que las circunstancias de entorno queden registradas en los genes), sistemas biológicos de codificación de información, máquinas orgánicas… un conjunto de elementos que refuerzan el sentido de la maravilla, en especial durante los dos viajes de exploración que acontecen en la novela y que recuerdan los mejores momentos de «Mundos en la Eternidad» (3).

 

Juan Miguel Aguilera propone un sistema solar repleto de vida hasta en los lugares más insospechados. El argumento es increíblemente extenso, basado en la sorpresa continua y en su capacidad prácticamente inagotable para provocar asombro en el lector, pero esta vastedad reduce algunas tramas a un decepcionante carácter episódico (se hubieran necesitado más de un millar de páginas para tratar adecuadamente todos los temas). La primera parte es más descriptiva y lenta, y aunque la segunda es más dinámica son pocas las escenas de acción: solo dos trepidantes incursiones bélicas que tienen lugar en escenarios espectaculares. A los personajes no les queda otro papel que el de servir como meros vehículos de la trama, hasta un desenlace que satisface plenamente las expectativas y entronca con la novela corta “El bosque de hielo” (en el personaje de Ona). Una aventura emocionante y didáctica en la mejor tradición de Jules Verne, que exalta la capacidad de la mente humana para adecuarse a lo asombroso y lo inesperado, y que daría pie a una magnífica película de ciencia ficción en 3D al más puro estilo «Avatar».

 

 

(1) ¿Un guiño a su amigo y colega Rafael Marín Trechera? Jacobo Kramer también es un nombre-chiste, como se explica en la novela.

(2) Factible, al menos teóricamente, aunque dudo mucho que en los tiempos en que se dan a entender en la novela.

(3) Buena prueba de ello lo tenemos en el descenso de la sonda tripulada dentro de la atmósfera de Júpiter, que rinde homenaje al magistral relato “Maëlstrom II” de Arthur C. Clarke, el cual constituye un más que probable homenaje al clásico “Un descenso al Maëlstrom” de Edgar Allar Poe.

 

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